lunes, 21 de abril de 2014

La madurez


Nos encontramos en un mundo en el que la juventud es algo muy preciado que todo el mundo desea tener, vivir y conservar "de viejo". Hay todo un mundo de cremas para eso. Por este motivo y para llevar un poco la contraria, me gustaría reflexionar un poco sobre la maltratada madurez. 

¿Qué es ser maduro y para qué sirve? Difícil pregunta, porque no me parece que sea una cuestión de años vividos. Puede que vivir sea una condición sine qua non para llegar a cierta madurez, pero desde luego la carta de presentación del DNI no me parece suficiente para alcanzar ese estado de "persona madura" al que me quiero referir. Entonces, ¿de qué estamos hablando?

Probablemente la primera gran diferencia entre lo que se suele llamar juventud y la etapa adulta, es que en el segundo caso para muchas personas nace una conciencia muy real de que la vida es esto, lo que se está viviendo, no algo que está por venir "cuando sea mayor". El joven aspira a un futuro que tiene que conformar, pero el adulto se supone que ya es lo que es. 

Es muy corriente encontrar, entre otras, dos tipos de actitudes entre los adultos que (en el fondo) comparan su realidad con lo que fueron sus sueños: la "resignada", disfrazada de realismo y saber acomodarse a la vida (las famosas mayorías silenciosas que hacen todo lo que se espera de ellas); y la "amargada o derrotista", disfrazada de escepticismo y repleta de negatividad hacia cualquiera que quiera emprender algo nuevo, causada por un sentimiento íntimo de  fracaso al haber abandonado por el camino los que fueron sus sueños de juventud. 

En ambos casos se deja atrás la capacidad de ver la vida de forma auténtica, se miran las cosas pero no se ven. La persona permanece anclada en un mundo infantil al que se retrotrae constantemente y marca su vida. Piensa que le engañaron cuando era un niño y le vapulearon cuando era joven. Siente que la vida le debe algo y el resto de personas están en profunda deuda con él/ella. Cuando pensamos así, nos amargamos y acabamos conformándonos con un sucedáneo de vida en la que se ha descartado la posibilidad de ser medianamente libre y por lo menos un poco feliz. 

Todo se reduce a las compras, votar en las elecciones, discutir de cuatro cosas en el bar, quejarse del jefe, actividades políticamente correctas en una vida que está muy lejos de ser plena. Sin embargo, afortunadamente existen otras maneras de vivir la etapa adulta. 

Entre las distintas posibilidades, encuentras adultos que, en primer lugar, se han animado a intentar ver las cosas como son. Ver con los ojos del cerebro, el corazón y las tripas, la vida como es. Esto es buscar la esencia de las cosas y de las personas. Dirigir la mirada al ser, lo esencial, más que lo que parece o tiene que parecer. Dejar atrás los artificios y los condicionantes con los que nos bombardean todos los días.

En segundo lugar, hay adultos que muestran una actitud alegre ante las riquezas que ofrece la vida y, por otra parte, compasiva con las miserias humanas. No hay que ser tan duros con nosotros mismos, somos únicos, somos magníficos, incluso con nuestras neuras y miserias personales. Sólo hay que conocerse bien y estar atentos al tren del las actitudes desencantadas, rencorosas, envidiosas y etc... para reirnos de nosotros mismos y no subir. Igualmente, saltar al vuelo a los trenes de la alegría, la colaboración fraternal, los trabajos con un fin común útil y positivo, y un largo etc.. que no hay que perder cuando pasan a tu lado.

Estas personas son conscientes de que los sueños de juventud eran eso, sueños, nunca la realidad de la vida adulta va a ser exactamente como un sueño. La vida es vida y los sueños, sueños. Más aún los provenientes de una mente adolescente calenturienta. Si una persona fantasea a los 15 años con que "cuando sea mayor" le darán un premio Nobel, o va a dirigir la empresa Microsoft; y no sucede ¿es un fracasado? A lo mejor esa persona ha hecho una buena contribución en su entorno profesional, o personal, parecido en su esencia al que soñó, o por el contrario diferente (un descubrimiento posterior en su vida); que en cualquier caso habrá sido muy "exitosa". Y puede que más exitosa que si le hubieran dado un Nobel o ganado un millón de euros, si uno considera lo que es verdaderamente importante en la vida. No hay que confundir el reconocimiento social, el dinero o la fama con el éxito personal. Me parece que el éxito está más ligado al desarrollo en aquello que nos gusta y para lo que tenemos habilidad, la creación de relaciones interpersonales sanas y la contribución al bien común en el espacio en el que desarrollamos nuestra vida. Siempre hay maneras de hacer estas cosas. 

El adulto que se siente feliz es un adulto consciente. Se conoce razonablemente bien a sí mismo y a su mundo, aunque mantenga la actitud de aprender en cada momento. No se juzga, se acepta como es e intenta sacar el mejor partido de quien es. Procura construir relaciones con libertad, sanas, en las que las personas se sientan a gusto. No exige que nadie cumpla con sus expectativas, ni se esfuerza por cumplir las de los demás, porque la vida no va de cumplir los deseos de nadie. Trabaja por el bien común en la medida de sus posibilidades y no se calla ante el abuso o la injusticia. Es compasivo con las miserias humanas, sobre todo las derivadas de la ignorancia, cuando la hay. No se erige en juez y verdugo; y sobre todo, transmite alegría por vivir. 

Al final, el goce de vivir "cuando ya eres mayor" me parece más claramente reflejado en estas cosas de la vida, vistas con cierta sencillez. Sin adornos, "sin afeites", como decÌa Fray Luis de León. Esto es lo que nos ofrece la madurez, por eso es una etapa muy interesante y yo diría que bella, dentro del recorrido vital de las personas. 



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