lunes, 19 de noviembre de 2012

Hipócrates vs el Romanticismo del XIX: ¿qué modelo de Sistema de Salud necesitamos?


Hace unas semanas les propuse a mis alumnos de la Universidad Complutense un seminario práctico en el que debatimos dos enfoques muy diferentes sobre la salud: el modelo hipocrático y el modelo romántico.

Hipócrates, médico griego que ejerció su profesión durante el llamado “siglo de Pericles”, es considerado “padre” de la medicina occidental y responsable del paso del Mythos al Lógos en temas de salud y enfermedad. Él ponía el acento en la persona individual y su problema de salud con la mayor objetividad posible,  apartándose de las supersticiones y “mitos”. Para ello tenía siempre en cuenta los signos y síntomas que relataba el paciente, pero también su constitución física, su esfera psicológica, social y vivencial. Era un médico que analizaba en términos globales la particularidad, integrando la enfermedad en el contexto general del paciente: su psique, su físico, sus relaciones humanas, recursos sociales, etc.. buscando un análisis racional y con sentido común de las causas y las consecuencias. Por este motivo, para Hipócrates no había enfermedades sino enfermos. Visto al revés, poniendo el foco en la salud y no en la enfermedad, para Hipócrates no tenía sentido un concepto generalizado de la salud, sino un equilibrio saludable en cada individuo puesto que cada persona es de su manera y tiene sus circunstancias. Igual que no hay enfermedades sino enfermos, no habría salud sino personas aceptablemente sanas. Cada persona, dependiendo de sus características personales, sus vivencias, su situación sociocultural y sus recursos, presentaría un determinado  estado de equilibrio óptimo que es el que se intentaba preservar (en la prevención de las enfermedades) o conseguir de nuevo (con el tratamiento de la enfermedad).  

En el siglo XIX sucedieron dos hechos muy importantes que influyeron de forma trascendental en el concepto actual de salud: el avance exponencial de la ciencia médica y el movimiento romántico.

El primero, posteriormente muy desarrollado a lo largo del siglo XX, dotó a los profesionales de la salud de herramientas y conocimientos que revolucionaron la prevención, el diagnóstico y tratamiento de la mayoría de enfermedades. Esto cambió por completo el perfil de salud/enfermedad de la población y la propia pirámide poblacional: de la alta mortalidad infanto-juvenil por enfermedades infecciosas a una población progresivamente más anciana y longeva, pero llena de problemas derivados de múltiples enfermedades crónicas y degenerativas. Por ello, lo que socialmente se consideraba aceptable en cuestiones de salud hace 50 años, hoy no lo es (antes el fallecimiento por apendicitis – el cólico miserere- era normal, hoy no se aceptaría en absoluto). A esto se suma el hoy en día culto a la juventud, la negación social de la muerte y la falta de tolerancia a la frustración, que hace que los problemas derivados de las enfermedades crónicas y el envejecimiento sean más difíciles de llevar.  Como consecuencia de todo ello, la demanda social de cantidad/calidad de salud se ha modificado sustancialmente.

Por otro lado, el movimiento romántico creó las bases para la lucha por las utopías. La idealización romántica de naciones, pueblos, condiciones de vida, sistemas de gobierno y un largo etc.. nos ha llevado a grandes conquistas en pos de esos ideales (como la declaración de derechos humanos) y a grandes desastres (por ejemplo la Alemania nazi).  En el campo de la salud, los coletazos del romanticismo idealista nos ha llevado a una definición de salud universal y universalista, en la que se plantea una utopía por la que se supone que se debe luchar y que debe marcar la gestión política. La OMS define actualmente la salud como «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.»[1]  Una consecuencia de esta definición es que la salud se interpreta como un derecho, como también se considera un derecho el tener acceso a la educación y a una vivienda digna.

Pero, ¿la salud es de verdad un derecho? ¿a qué es lo que tenemos derecho?

No nos podemos olvidar de que el ser humano es una especie dentro de las miles que pueblan la tierra y no somos inmunes a las leyes de la naturaleza. Siempre habrá nacimientos y muertes, enfermedades y curaciones, porque son hechos naturales de la vida. Por lo tanto, no tenemos derecho a la salud entendida como una utopía de felicidad absoluta y “completo bienestar” (como afirma la OMS), pero sí tenemos derecho a la asistencia y la ayuda por parte de la comunidad para alcanzar un estado de equilibrio saludable para cada uno, considerando su idiosincrasia particular.

Entre el individuo y su circunstancia (Hipócrates, también Ortega y Gasset) y la OMS y su Salud Universal, nos vemos inmersos en esta importante contradicción de fundamentos con algunas consecuencias desastrosas: la alineación y protocolización de la relación médico-paciente (que queda así “deshumanizada”/despojada de la necesaria particularidad), y por otra parte la sanidad privada a merced del más rico (que queda así despojada de la vocación universal).  Por otro lado, también es verdad que los protocolos garantizan una atención homogénea a la población y la sanidad pública universal es una conquista que ha cambiado las condiciones de vida de muchas personas sin recursos.

Nadie que yo conozca ha resuelto este enigma, en qué debemos enfocarnos (lo general, lo particular). Podemos mirar una vez más a la filosofía. Decía Hegel, el gran fundador del pensamiento dialéctico, que “Todas las cosas son contradictorias en sí mismas y ello es profunda y plenamente esencial. La identidad es la determinación de lo simple inmediato y estático, mientras que la contradicción es la raíz de todo movimiento y vitalidad, el principio de todo automovimiento y, solamente aquello que encierra una contradicción se mueve.” 

Sería bueno avanzar, moverse, pensar hacia adelante y replantear estos viejos modelos de salud para fundar uno nuevo basado en una síntesis más equilibrada y por tanto, más justa y eficaz.



[1] Preámbulo de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud, que fue adoptada por la Conferencia Sanitaria Internacional, celebrada en Nueva York del 19 de junio al 22 de julio de 1946, firmada el 22 de julio de 1946 por los representantes de 61 Estados (Official Records of the World Health Organization, Nº 2, p. 100), y entró en vigor el 7 de abril de 1948. La definición no ha sido modificada desde 1948.