Hace
unas semanas les propuse a mis alumnos de la Universidad Complutense un
seminario práctico en el que debatimos dos enfoques muy diferentes sobre la
salud: el modelo hipocrático y el modelo romántico.
Hipócrates,
médico griego que ejerció su profesión durante el llamado “siglo de Pericles”,
es considerado “padre” de la medicina occidental y responsable del paso del Mythos al Lógos en temas de salud y enfermedad. Él ponía el acento en la
persona individual y su problema de salud con la mayor objetividad posible, apartándose de las supersticiones y “mitos”.
Para ello tenía siempre en cuenta los signos y síntomas que relataba el
paciente, pero también su constitución física, su esfera psicológica, social y
vivencial. Era un médico que analizaba en términos globales la particularidad,
integrando la enfermedad en el contexto general del paciente: su psique, su
físico, sus relaciones humanas, recursos sociales, etc.. buscando un análisis
racional y con sentido común de las causas y las consecuencias. Por este motivo, para Hipócrates no había
enfermedades sino enfermos. Visto al revés, poniendo el foco en la salud y
no en la enfermedad, para Hipócrates no
tenía sentido un concepto generalizado de la salud, sino un equilibrio
saludable en cada individuo puesto que cada persona es de su manera y
tiene sus circunstancias. Igual que no hay enfermedades sino enfermos, no
habría salud sino personas aceptablemente sanas. Cada persona, dependiendo de
sus características personales, sus vivencias, su situación sociocultural y sus
recursos, presentaría un determinado estado
de equilibrio óptimo que es el que se intentaba preservar (en la prevención de
las enfermedades) o conseguir de nuevo (con el tratamiento de la enfermedad).
En
el siglo XIX sucedieron dos hechos muy importantes que influyeron de forma trascendental en el concepto actual de salud: el avance exponencial de la
ciencia médica y el movimiento romántico.
El
primero, posteriormente muy desarrollado a lo largo del siglo XX, dotó a los
profesionales de la salud de herramientas y conocimientos que revolucionaron la
prevención, el diagnóstico y tratamiento de la mayoría de enfermedades. Esto
cambió por completo el perfil de salud/enfermedad de la población y la propia
pirámide poblacional: de la alta mortalidad infanto-juvenil por enfermedades
infecciosas a una población progresivamente más anciana y longeva, pero llena
de problemas derivados de múltiples enfermedades crónicas y degenerativas. Por
ello, lo que socialmente se consideraba aceptable en cuestiones de salud hace
50 años, hoy no lo es (antes el fallecimiento por apendicitis – el cólico
miserere- era normal, hoy no se aceptaría en absoluto). A esto se suma el hoy en
día culto a la juventud, la negación social de la muerte y la falta de
tolerancia a la frustración, que hace que los problemas derivados de las
enfermedades crónicas y el envejecimiento sean más difíciles de llevar. Como
consecuencia de todo ello, la demanda social de cantidad/calidad de salud se ha modificado sustancialmente.
Por
otro lado, el movimiento romántico creó las bases para la lucha por las
utopías. La idealización romántica de naciones, pueblos, condiciones de vida,
sistemas de gobierno y un largo etc.. nos ha llevado a grandes conquistas en
pos de esos ideales (como la declaración de derechos humanos) y a grandes
desastres (por ejemplo la Alemania nazi).
En el campo de la salud, los coletazos del romanticismo idealista nos ha
llevado a una definición de salud universal y universalista, en la que se
plantea una utopía por la que se supone
que se debe luchar y que debe marcar la gestión política. La OMS define actualmente la salud como «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no
solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.»[1]
Una consecuencia de esta definición es que
la salud se interpreta como un derecho,
como también se considera un derecho el tener acceso a la educación y a una
vivienda digna.
Pero,
¿la salud es de verdad un derecho? ¿a qué es lo que tenemos derecho?
No
nos podemos olvidar de que el ser humano es una especie dentro de las miles que
pueblan la tierra y no somos inmunes a las leyes de la naturaleza. Siempre
habrá nacimientos y muertes, enfermedades y curaciones, porque son hechos naturales de la vida. Por lo tanto, no
tenemos derecho a la salud entendida como una utopía de felicidad absoluta y
“completo bienestar” (como afirma la OMS), pero sí tenemos derecho a la
asistencia y la ayuda por parte de la comunidad para alcanzar un estado de
equilibrio saludable para cada uno, considerando su idiosincrasia particular.
Entre
el individuo y su circunstancia (Hipócrates, también Ortega y Gasset) y la OMS
y su Salud Universal, nos vemos inmersos
en esta importante contradicción de fundamentos con algunas consecuencias
desastrosas: la alineación y protocolización de la relación médico-paciente (que
queda así “deshumanizada”/despojada de la necesaria particularidad), y por otra
parte la sanidad privada a merced del más rico (que queda así despojada de la
vocación universal). Por otro lado, también es verdad que los
protocolos garantizan una atención homogénea a la población y la sanidad
pública universal es una conquista que ha cambiado las condiciones de vida de
muchas personas sin recursos.
Nadie
que yo conozca ha resuelto este enigma, en qué debemos enfocarnos (lo general,
lo particular). Podemos mirar una vez más a la filosofía. Decía Hegel, el gran
fundador del pensamiento dialéctico, que “Todas las cosas son contradictorias
en sí mismas y ello es profunda y plenamente esencial. La identidad es la
determinación de lo simple inmediato y estático, mientras que la contradicción
es la raíz de todo movimiento y vitalidad, el principio de todo automovimiento
y, solamente aquello que encierra una contradicción se mueve.”
Sería bueno avanzar, moverse, pensar hacia
adelante y replantear estos viejos modelos de salud para fundar uno nuevo
basado en una síntesis más equilibrada y por tanto, más justa y eficaz.
[1] Preámbulo de la Constitución
de la Organización Mundial de la Salud, que fue adoptada por la Conferencia
Sanitaria Internacional, celebrada en Nueva York del 19 de junio al 22 de julio
de 1946, firmada el 22 de julio de 1946 por los representantes de 61 Estados
(Official Records of the World Health Organization, Nº 2, p. 100), y entró en
vigor el 7 de abril de 1948. La definición no ha sido modificada desde 1948.