Cuando era jovencita y estudiaba Bachillerato (en mi época
BUP), todos pasamos por una asignatura que se llamaba “Filosofía”. A la mayoría
de la gente le parecía una pérdida de tiempo monumental y una comedura de
tarro, comparado con el dibujo técnico o la química. La Filosofía no “produce
cosas” como otras disciplinas y encima parece que se trata de “pensar por
pensar”; así que no era muy atractiva para unos chavales que disfrutábamos
programando videojuegos en BASIC.
Por la inmadurez, las hormonas, y etc.. no comprendimos lo
relevante de saber algo de Filosofía. No entendimos nada. Pero resulta que todo
el saber humano, en el fondo fondo, parte de la Filosofía y a ella
vuelve. Filosofía no es más, en griego, que “amor a la sabiduría”. Y en esto
fijo que estamos todos de acuerdo. El filósofo Inmanuel Kant, al final de
su vida, dijo en una carta que su trabajo había partido de dar respuesta a tres preguntas:
-
¿Qué podemos saber?
-
¿Qué debemos hacer?
-
¿Qué me cabe esperar?
La primera atañe al conocer humano. ¿Cómo está
constituido el mundo?¿Qué puedo saber de él? (=física, ingeniería, medicina
etc..) Y finalmente ¿Realmente puedo
saber algo seguro acerca del mundo? (= filosofía de la ciencia)
La segunda pregunta se dirige al actuar humano. ¿Cómo
debo configurar mi vida? ¿Cómo debo comportarme con mis semejantes? ¿Somos o no
somos libres en nuestra voluntad? (= ética) ¿Cómo debería articularse la
sociedad humana? (= política)
La tercera pregunta se refiere al sentido de
trascendencia ¿existe algo después de la muerte? ¿Cuál es el sentido de la
vida del hombre? (= religión o en su lugar, búsqueda de “lo absoluto”)
La cultura hindú se centró fundamentalmente en la
tercera pregunta: la trascendencia del hombre. Desarrollaron un fantástico
conocimiento intuitivo y profundo de una verdad más allá de la apariencia
física y el lenguaje, el auténtico sentido de la vida. Hay que reconocer que
esto lo consiguieron como nadie y son bien conocidas la paz y la profundidad
espiritual que alcanzan muchos budistas (por ejemplo).
La cultura china se centró en la segunda pregunta, es
decir, la organización de los pueblos. Para ellos lo fundamental era enfocarse
en conseguir la mejor organización social y comunitaria posible. Por tanto, son
un pueblo poco individualista (con las cosas buenas y malas que eso supone). Constituyen
en algunos aspectos una de las sociedades más eficaces que existen, donde se
prima el resultado global por encima del progreso individual. Obviamente a los
occidentales esto no nos gusta ni un pelo, pero sin llegar a un extremo, mucho
podemos aprender del trabajo en equipo sin “figuras” ni “estrellas” tan
apreciadas aquí.
La cultura occidental, que es la nuestra, se centró
desde el principio (Grecia) en la primera pregunta: cómo está construido el
mundo, qué puedo conocer de él, cómo puedo mejorar mis condiciones de vida mediante
mi conocimiento de las cosas. Por ello, los occidentales aportamos a la Humanidad el desarrollo
del pensamiento racional, la lógica, el método científico (tal y como lo
entendemos ahora), la tecnología más avanzada que conocieron los tiempos y el
foco puesto en avanzar, en progresar, con un ritmo hacia el futuro trepidante. Para los
orientales, la idea de “progreso” tal y como la hemos entendido aquí, no ha sido históricamente tan importante como la búsqueda de la propia verdad interior.
Cuando llevas ya unos años vividos, te das cuenta de lo
relevante que se vuelve plantearse estas preguntas. Hay dos formas de vivir la
vida: pensando y sin pensar. Si no piensas, vives la vida bajo la óptica
unívoca de tu cultura particular (occidental, oriental), con lo cual te pierdes
cosas muy importantes que podrías aprender. Quedas a merced de otros que han
pensado por ti quién eres y qué papel tienes en la sociedad, qué ética debes
tener, qué debes aprender, cómo tienes que desarrollar tu sentido de la
trascendencia, etc. Y encima, asumes como única e invariable la organización
social en la que te encuentras sin plantearte si sería mejorable.
Los pueblos han evolucionado gracias a las ideas y las ideas
han marcado la atmósfera, el ambiente y el sentido final de las personas y las
sociedades. Un pueblo que no piensa es una sociedad civil muerta. Yo
creo sinceramente que, en este momento de cambio y de crisis, no vendría mal
que todos fuéramos un poco filósofos.